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Aquel niño del barrio de La Boca

El barrio de La Boca en Argentina respira fútbol por cada uno de sus coloridos rincones. Es conocido por el famoso Caminito, lugar dónde se representa parte de la cultura popular de la ciudad, y por albergar a uno de los clubs más laureados del fútbol argentino, el Club Atlético Boca Juniors. La Bombonera es el corazón de un barrio que late a ritmo de tango y gambeta. Un barrio de artistas, trasnochadores, músicos y  poetas. Hasta allí llegaron unos emigrantes gallegos en la década de los 50. Con ellos llegó el pequeño Ramón, un niño de cinco años que soñaba con ser futbolista. Con 17 años su sueño se cumplía, y debutaba en la Segunda Argentina defendiendo la camiseta del Sportivo Italiano. Ramón había crecido,  ya no era aquel niño que jugaba con su pelota por las calles de La Boca. Ahora ya era un hombre, era Ramón Blanco, un prometedor futbolista que despertaba el interés del gran Independiente de Avellaneda. No se cerró su traspaso a los Diablos Rojos de Avellaneda.  Decidió volver a España, a jugar en el Real Mallorca.

En España,  juega en el Mallorca y Real Betis hasta que en 1976 firma por el Cádiz Club de Fútbol. Un Cádiz dónde encontró el cariño y el afecto de todos. Ramón había nacido para el Cádiz y su destino era azul y amarillo.

Se marcha del Cádiz en 1981 para jugar en el Recreativo de Huelva, Portuense, Chiclana, Atlético Sanluqueño y finalmente en el Club Deportivo Moguer, dónde cuelga las botas en 1987.

Comienza su carrera como entrenador en las categorías inferiores del Cádiz C.F. Gran conocedor de la cantera conformó uno de los mejores conjuntos de la historia del filial amarillo.  Hablamos de aquel Cadiz B de Kiko, Javi Germán, Fali Benítez o Arteaga.

Su oportunidad con el primer equipo le llega en la temporada 89/90. El Cádiz había comenzado la temporada con David Vidal en el banquillo, pero  la irregularidad del equipo cadista y las discrepancias de Vidal con el “tema Mágico” y la directiva amarilla, provocó la salida del técnico coruñes y la llegada al club del británico Collin Addison. El entrenador inglés,  poco conocedor de la plantilla cadista, se mostró bastante perdido en sus inicios, por lo que tuvo que recurrir al segundo técnico cadista: Ramón Blanco. Ramón aconsejó a Addison la puesta en práctica de un sistema más prudente, buscando la victoria pero sin descuidar la parcela defensiva. A partir de entonces, el equipo cadista que iba sin rumbo y directo a la Segunda División, encadenó una impresionante racha de cuatro milagrosas victorias consecutivas (Rayo, Real Sociedad, Tenerife y Celta) que le valieron una permanencia épica.

Ahí comienza su idiliramono con las remontadas, los milagros y la épica. Formó un tándem de leyenda con Lorenzo Buenaventura. Y le dio la responsabilidad de defender la camiseta amarilla a jugadores que provenían de la cantera como Kiko o Quevedo. Así era Ramón Blanco, un gallego enamorado de Cádiz. Un hombre humilde  que encarnó como pocos los valores del cadismo.

Se nos fue el hombre del milagro de Figueras, el de las promociones agónicas, aquel hombre del bigote y jersey rosa. Se nos fue Ramón Blanco.

La leyenda de la Culebra Macheteada

Cuentan los nostálgicos del balompié que todo el que veía jugar  a Jorge Alberto González Barillas, Mágico González, quedaban hechizados por la magia de su fútbol.  El dulce contoneo de su tobillo, que dibujaba regates imposibles, el letal cambio de ritmo, que destrozaba las más férreas defensas, y la elegancia de su juego hacían del salvadoreño un jugador único en la historia de este deporte.  Genio y figura dentro y fuera del terreno de juego dejó una huella imborrable en la «tacita de plata» que siempre perdurará en el tiempo. Brujo del balón y hechicero en las barras de las discotecas gaditanas, Jorge, tenía ese carisma especial que hacen del mago una leyenda del fútbol.

A lo largo de sus siete temporadas en el Cádiz C.F, Mágico González no solo dejo grandes momentos para la afición cadista sino que también dejo multitud de anécdotas que aún se siguen recordando en el sur de España.  Cuenta el periodista José Manuel García que un día, antes del entrenamiento, esperaba en la puerta del estadio a un pariente porque iba a darle un recado, cuando vio al Mago bajar las escalerillas en dirección a las puertas. Iba descalzo. José Manuel le bromeo y le dijo: «Mago, te quedaste dormido y se te olvidaron las zapatillas». El salvadoreño respondió: «Se la di al gitanillo aquel, que tiene mi mismo número y una cara de mucha hambre. Yo le pediré otras a Rovira».

En una ocasión el Atalanta italiano le ofreció recalar en sus filas cobrando 4 o 5 veces más del salario que recibía en la “tacita de plata”, pero Jorge se negó diciendo que en Italia no había «pescaíto frito».

Así era Jorge Alberto González Barillas, Mágico González,  un mago del balón, una leyenda del fútbol y  un enamorado de su Cádiz.